Θαλλώ y Καρπω (*)





Las horas no pueden
posarse sobre lo liviano
—cada segundo de vida pesa
y nos hace crecer—;
no pueden dormir
sobre la mentira
—cada milésima cierta
de luz solar será motor
de sangre y savia.

Las horas, sobre la vida,
enteras y espléndidas
—o no serán.

Las horas fueron divinas
y, aunque rocen lo humano
cada segundo
de su existencia,
no podemos ultrajarlas
con basura.

Respétalas,
por bellas y fuertes.


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(*) Talos y Carpo. Fuente: Wikipedia.

Las nociones homéricas continuaron vigentes durante mucho tiempo, siendo consideradas las Horas como las dadoras de las diversas estaciones del año, especialmente de la primavera y el otoño, es decir, de la naturaleza en su florecimiento y madurez. En Atenas se adoraba desde tiempos muy antiguos a Talo (Θαλλώ), la Hora de la primavera, y Carpo (Καρπω), la del otoño. La Hora de la primavera compañaba a Perséfone cada año en su ascensos desde el inframundo, y la expresión «la cámara de las Horas se abre» equivalía a «llega la primavera».




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