Hundimiento del telón de acero
Puedo
garabatear en la pantalla y hablar del tiempo. Del clima. Del amor. De los
caminos. Del odio que lidia con todo. Que sin odio no hay amor. De las manos.
De los pies. Y las bocas. Y también del vértigo. Puedo hablar de las bocas. Y
de tocarse como por azar. Tocado y hundido en las sábanas.
Pasa el rato
y las letras que ponen nombre a los muebles me distraen. Y me hundo de nuevo
con tu nombre en el pensamiento. La ventana cerrada y la persiana bajada. Siento
que el hielo se fundió entre las siluetas que no hablan. Sólo leen los idiomas que
la noche ofrece. Y al pensar en ellos, vértigo otra vez. Un miedo tímido asoma
y me muestra el tiempo. El peor abismo. Y el otro tiempo, el que nos junta y
nos separa desde hace días.
Y sigo con
el clima en esta habitación. El nubarrón que es mi cara encima de la almohada,
justo ahora que no estás. Mancho el aire con más aire y cruzo las manos,
adelanto los brazos, a ver si hay suerte y sigo más ciega que nunca y te
encuentro delante de mí. Porque hace días que ya no veo nada y perdí los papeles
entre tanto deseo.
Y sigo con
el amor que juega al escondite y a veces tropiezo con él y me caigo y me hundo.
Y quiero leerte aquel poema, el que dice que no somos y sí estamos.
Y sigo por
los caminos del odio que me han llevado hasta aquí. No puedo exclamar
¡sorpresa!, porque el cartel lo decía bien claro: “Prohibido el paso”, con
luces de neón. Pero jugué a la gallinita ciega. Y crucé la línea. Y esto no
cesa. El deseo no dimite, es más, se crece, y orgulloso me intimida. Siento
miedo. Porque busqué un final pero no lo encontré.
Y decido
sentarme ante tanta inmensidad y esperar. No tengo prisa. Dejaré las cosas
pasar, y las veré crecer y andar. He dejado el timón de a bordo a la deriva. Es
un barco sin capitán, rumbo a una isla desierta, mientras sueño con las manos y
el papel, y los pies de antes que se acarician así, como sin querer, y se
hunden ahí abajo, en el sur de la cama. Y en el norte, sin brújula, las
sonrisas y las palabras de otros escritores.
Hoy hasta el
grito ha llenado la habitación. Al amanecer estaba llena de.
[Te odio no
sólo por encontrarte ahí abajo, en el sur. Te odio porque me obligas a escribir desde
atrás, cuando todo es después.]
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