Psicopoeta



Ignoráis que cada estrella
tiene su agujero negro;
ignoráis que en ese cruce
vuestra estela, tan reluciente
como ignota, dejó en mí
una huella de norte a sur,
y este agujero negro en la boca.

Desde entonces,
cuando las mariposas
—grises y marrones,
las menos bellas—
se posan en las esquinas
de los marcos y las puertas,

cuando se esconden
entre los vasos sucios
que hay en la pila
de la cocina,

y, antes de que se camuflen
y protejan
como de algo
desconocido
letal
fantasmagórico,

yo las salvo
del invierno,

yo las aplasto
entre los dedos
o contra la madera
o el mármol,

leves crujidos
mientras una oración negra
posada en mis dientes
es canto y réquiem;

no hay entierro
ni lágrima,
y así sería
sin mi mirada
—gélida seca—
y sólo el frío
invierno.

Y así nieva siempre
en mí y mi boca,
desde entonces.



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