La figura imposible



Cuando figura imposible
toma nota de la regla,
como en la escuela y la ortografía:

Uno, gritar su nombre ―al despertar―,
no, pues no hay espacio suficiente en el mundo
para el eco de tu voz con su nombre dentro, tan adentro.

Dos, pintar la historia cuando plazca,
no, pues en una pared se abrirían grietas
y en un lienzo sería un cuento chino. Increíble.
Denostable. Punible por osadía y descaro.

Tres, compartir las llaves de una biblioteca o un teatro,
no, pues ningún organismo público o privado
cree en el amor. Sólo manda señor dinero, y a vosotros,
dos muertos de hambre, sólo os salen por las orejas palabras.

Cuatro, acentuar cada caricia, cada frase escrita, los susurros,
no, pues un poco más de fuerza en los fonemas vocálicos,
dactilares y prensiles haría más imposible, si cabe,
esta figura también prohibida. Explotaría su silencio.

Cinco, desobedecer esta regla y romper la sintaxis social,
no, pues los núcleos y los complementos ya tienen un lugar
en el mundo y vuestro mapa no pertenece a la geografía
ni a la matemática de las edades. Sólo vosotros aterrizáis
en las fronteras. Sólo vosotros, invisibles.


Excepción: sentir la memoria, esta vuestra
que es sábana y deseo, en las encías
y los dientes, sentirla allí donde
colisionan el verbo y el instinto
animal de morder y matar
el instante. Y escribirlo. Esto sí.
Cuando mueres tú, cuando muere él,
cada vez para nacer y perecer
y nacer otra vez en imposible.




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