El templo de Cronos


Devuelvo a las paredes su desnudez
y en el techo se abren grietas de cielo,

el viento que habitan los lobos
y lluvia, afuera y adentro.


Regresa una estrella y se descuelga
de la noche, saltan los planetas,
sus anillos y satélites.

Y, diminutos, los segundos sucesivos
gestan los recuerdos, trenzan las saetas
y los números. Devoro cada minuto

aquí

y su sangre, su lágrima. Los planetas
gravitan y empujan mi piel hacia la pared

desnuda

con los pies fríos, las manos heladas,
me pierdo en la cocina, en la sala

despojada

con la piel quemada, me pesan las horas
y las comidas, los sueños, y la ilusión

desarmada

devuelvo el sueño a los párpados y las horas
y el calendario

—aquello que resbala
entre las pestañas.


Y afuera las bestias, y adentro este capitel,
y afuera las cigarras y los grillos cantan,
y adentro piso las piedras de este templo,
devoro sus flores, su vida y absolutamente

todo su tiempo.


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