Un cuento


Hace días que sucedió. No en un país lejano. Fue aquí y un poco más allá. En un radio de pocos kilómetros, en el mapa circular que encierra estos momentos. Sucedió no en un castillo ni un palacio. No había hadas ni príncipes. Sin rey, sin cortesanos. Porque esto no es un cuento para niños. Es una historia de niños descarriados que saben el color real de las nubes, que se sientan ante los abismos para desterrar el color de la mentira, el rosa. Son dos diablos que se fugaron de casa y desafiaron a los dioses.

Empezó hace tiempo, como un juego, nada serio ni trascendente. Con un letrero al principio del camino que rezaba: “Prohibido el paso”. Leyeron burlonamente el mandato, se miraron y, sin cogerse de la mano, empezaron a andar hacia la tierra proscrita. El paisaje alternaba los páramos y los desiertos con extraordinarios oasis. Les entraba la risa ante las cosas serias de los demás. Andaban y leían, al principio. Descifraban el jeroglífico de los cuerpos y descubrían la orografía del paisaje secreto. El clima de ese país era brutal y desmesurado: lluvias torrenciales y un sol extremo, y frío y nieve en los días en que los caminos se bifurcaban y no sabían nada el uno del otro. Pero respiraban el mismo aire; y el mismo horizonte ante los ojos les aseguraba que las sendas se encontrarían otra vez. Las distancias no eran kilómetros, eran los días y las horas. Un reloj secreto marcaba los segundos como si fueran centímetros. Y estos se reducían a la nada cuando para saciar la sed y el hambre eran un solo niño.

En este punto es necesario aclarar que son dos adultos completamente locos que, al mirarse de frente, ven en el otro al niño que llevan dentro. Y juegan a eso. Pero los paisajes son reales, el camino existe y todavía andan.

A estas alturas sabemos que, sin permiso de nadie, asaltan el Olimpo y entran en batalla con piedras contra los colosos. Eros, Cronos, Atenea, Afrodita. Se refugian en el Hades y allí cultivan una especie rara de odio, del bueno. No es tan malo el infierno. Rojo y en llamas, les alimenta las ganas de vivir. Cuando están saciados, regresan del inframundo y comienzan nuevos saqueos, luchas contra los templos de los otros, los que se dicen buenos. Con arcos y flechas de juguete abren los ojos de los durmientes. Sacuden conciencias aletargadas. Porque estos dos niños malos y sus palabras atizan las brasas. Cuando el deseo del otro duerme, ellos a escondidas escriben y leen. Saltan al vacío sin paracaídas; exploran los bosques y los libros de otros, vivos y muertos. Cuando el deseo despierta, se odian a muerte y empiezan otra guerra.

Sólo les falta un poco de conciencia para saber que aquello que comenzó como un juego, nada serio ni trascendente, ha dejado de serlo, y esto es peor que un matrimonio, el compromiso en la lucha no tiene igual: quid pro quo. Pero el lazo sin nombre que les une también es mejor que el ceremonioso ritual de las alianzas: han matado el miedo a la muerte y todo es un tiempo presente perfecto, sin pretéritos ni futuros. Que le den por saco a la puta muerte y sus separaciones forzadas.

Sucedió no tan lejos. Es cierto. Y a estas alturas sabemos, también, que han perdido papeles y el poco entendimiento que les quedaba.

PD: Un día pondré banderitas en cada punto de encuentro, como un mapa de guerra, para ver todos los frentes en los que hemos luchado contra nosotros mismos y hemos perdido.


Marzo de 2012


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