Omega


Bajar a los infiernos
significa regresar muerta de frío,
porque allí no hay llamas eternas —nos engañaron.

Allí un blanco mentira reviste
los glaciares castigo, el blanco mentira
reluce más que el mismísimo astro rey,
y las pupilas embarrancan en una pesadilla
de nieve y granizo.

Al entrar encuentras tu capa inmaculada,
tu máscara albina de ojos sin pupila,
y te invitan a danzar entre miradas
tan oscuras y profundas que en todas ellas
habitan los verdaderos demonios.

Un vapor de muerte en cada boca,
millones de copos eternamente
entre brazos, manos y codos, los pies
sobre placas brillantes sucumben
de puntillas. No te arrodilles, cada baldosa
es mordaza para la carne y los huesos.

Las risas son llanto, las caricias, puñetazos,
los sueños, débiles llamas níveas.
El vidrio de cada lágrima surca poros,
vello y arrugas hasta tatuar con sangre
cada motivo por el que llorar.
La brisa abismal mece las almas, los tejidos,
el cabello de plata. Y el paisaje, a través
de ventanas sin paredes ni cristales,
es lápida de un invierno eterno y confinado
en el último rincón del universo,
donde las primeras estrellas murieron.

No es como el cielo,
el averno
siempre con las puertas abiertas,
sin nadie a la entrada para juzgar,
—ya lo hicieron otros—, y si decides
regresar
amaneces
con un grito de hielo entre los dientes,
como despertando de ningún sueño,
viniendo de un no sitio,
plantada en una calle cualquiera.


Comentaris

escribiente ha dit…
Frío eterno o vida eterna. Elegir o tirar los dados.
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Un beso
Luis