Lejos


Traslado los pactos y los posos,
para ello, unas cajitas de cartón
―de tercera o décima mano―,
y les pongo unas ruedecitas blancas
y una hoja de limón, para recordar
lo ácido, para conservar la costumbre
punzante en la lengua y en los dientes
chirriante. Traslado los posos y sus tejidos,
para ello rompí las tazas y zurcí
estas uñas al sudor. Traslado mi vientre
y su piedra. Los ojos, no;
tampoco la boca, los pies, las piernas
ni la nariz. Todo lo perdí,
excepto
estas manos  ―ellas andan y besan por mí;
el mapa de las edades que se esconde
en mi cara, ellas lo extienden como
el manto del bosque milenario―. Y traslado,
sí, traslado, muevo y remuevo mis piedras
y mis cumpleaños con las manos
hacia otros lares, otros puertos.
Lejos.

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