Ciento ochenta grados


Me duele frenar, que te bajes y eches a andar. Me duele el sonido de la puerta cuando cierra y me encierra en esta cabina con volante. Me deja sin aire y con la boca llena de ti.

El reloj es mentira porque este momento es beso y acto seguido es un siglo después. Y el coche también, mentira perfecta porque es un avión que me despide por una recta que, a un tiempo, es curva de asfalto y arco, y suma grados y más grados. Desde el cielo todo es ahora y ayer y mañana.

Tuerce la carretera en cada cruce y salto al hemisferio sur, hasta la otra punta del globo. Las distancias son trampas y tropiezo ciento ochenta grados más allá, lejos de ti. Ciento ochenta grados de luz blanca en agua para concentrar los colores de tu mirada en las manchas de este amanecer. Así puedo verte cuando eres ausencia.

Hace tiempo, puede que una eternidad, te dije: «Echar de menos es tener más recuerdos que como sueños se instalan alrededor de todo y se erigen como torres blancas. Echar de menos es ser agua y tener sed de más».




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