Dos veces


Nada es definitivo y nada sucede dos veces. Cada voz tiene su temblor y su pulso cada mano. Se tiñen los parques junto al mar y pienso en esta mentira. Esto ya sucedió dos veces en mi vida, o más veces.

Suave el cielo, suave el viento, pero escuecen en los ojos y en las llagas. Retraen la memoria dos veces, o más. Las llagas encogen las fotografías, estas que sigo con el dedo; y son colosos, las imágenes y el dolor de la miseria. Y nada. La nada con su sabor tan intenso.

Los columpios oxidados y su ruido. Me chirrían los oídos en esta tarde azul naranja. Lo que debiera ser una balsa de aceite se desordena y la tierra se abre en brecha. La comisura en el codo, en la boca falta una sonrisa y sobra el hambre. Azúcar rosado en las nubes cuando los pies son arena.

El olvido no aparece, y recuerdo otro tiempo de más hambre, quizá, de más ilusión, quizá. Y ahora ni un maldito oasis donde depositar los huesos, uno a uno, alineados y sentados, ni un refugio donde descansar rota porque el único alivio es separarme de mí. Y de mis recuerdos que son recreaciones en presente continuo porque el presente perfecto es pobreza, y el presente simple es vacío.

La nada en versión simple, tan perfecta y continua que se convierte en todo, y allá donde miran mis ojos tropiezan con un llanto que ya no es mío.  Se tiñe el parque, este y el que está en otro barrio, o más allá del mar azul naranja. Y alguien dice nada es definitivo y nada sucede dos veces. Cada tiempo es exclusivo, original y único, pero, grito, la escasez es como la muerte, definitiva, se repite y sucede cada día en cada alma, dos veces o más.

Soy alivio y grieta en este mar.



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