At home


Llegar a mi casa es como subir a una alfombra mágica. Entro en el jardín y un manto de luz irreal se posa encima de todo lo que veo. Atraviesa el sauce, el que siempre llora, y creo que es él el culpable.

Algunas veces los colores se saturan y las piedras recobran vida. Y con ellas las hojas, los ladrillos, la pintura. Introduzco a cámara lenta la llave en el cerrojo. Clac, clac. Los movimientos son fotones, el aire pesa sin dañar, es una presencia más. Y observo los objetos cercanos a las ventanas, un libro, un pañuelo, el envase de jabón en el baño, las cortinas, el cristal, y en todos reside esa luz del sauce. Mi casa y lo que hay en ella se empañan de un vaho en el que no puedes garabatear dibujos.

Otras veces los colores se calman y parecen dormir envueltos en un gris suave con matices de color naranja. En esos días sé que el sauce se esfuerza y enjuga sus lágrimas. Los movimientos son fotogramas, tan alejados en el tiempo que se asemejan a una sucesión de fotografías cuyo camino entre ellas está vacío. Momentos capturados en un cuadrado. Clac, clac. El aire es una voz suave, una caricia en la piel. Miro los cachibaches, me esfuerzo por verlos a través de una neblina, son reflejo detrás de un cristal sucio. Parece que tragan ávidamente la luz como el bebé que se amamanta y después cae rendido entre cojines. 

Llegar a mi casa es soñar despierto, dejarse llevar y ser un objeto más, bajo el influjo de esta luz irreal. Es flotar en el instante de abrir la puerta y entrar.


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