La revolución de las células


Encima de la baldosa marrón, sí, al lado de la repisa, del extractor, entre el microondas y los fogones, miro por la ventana y más allá. Intento que las flores de colores queden en mi campo de visión, intento que las estrellas que vendrán tengan y mantengan sus deseos, de los míos ya me ocupo yo, pero el alma olvida, y digo lama, mala, maal, amal. Y siento la paradoja del frío en los pies descalzos, generación de pequeñas explosiones: el ADN decide ser ARN. 
Estoy al otro lado del muro. Encima de la cabeza, de la espalda, pende un trozo de silencio, el más duro. Parece que espero, inmóvil, algún movimiento, una espada, un torbellino o terremoto. O la madre calma, la nada, que aparezca la nada del cielo con un séquito de nubes y de soles. Parece que espero y en realidad aguanto estoicamente estas células perturbadas. Sentada, sueño que estoy sentada hace horas, y llueven millones de rosas y letras. Tendré que alzarme, sublevarme como en las calles de París, y vestirme de guerra y salir a los campos otra vez. Y como tantas otras veces, de golpe y a golpes tendré que ser fuerte, como la roca, como el agua. Armar barricadas en esta ciudad fantasma y luchar a muerte por vivir. Sobrevivir.


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