Vísceras


En mi calle ha saltado la tapa de la alcantarilla. La pendiente es catarata y el resto de asfalto un río marrón. Me aplasta el antibiótico y al bajar del coche noto una ola de agua fría que me cubre los pies; exclamo, idiota de mí, con los ojos abiertos y la cabeza inclinada en ángulo recto hacia abajo, ooh, como una señorita descolorida del siglo XIX con falda larga y sombrero pequeño. Echo a correr, buceo y salpico y me salpica el cielo. No sabía que podía respirar bajo el agua. Mejor no me resisto a tanta inundación. Hoy las lágrimas del sauce serán (son) invisibles. 

Arroz hervido con ajo. Hígado de rape a la plancha con limón. Gotas amarillas en el fondo del plato blanco. Este agua, ¡tanta!, ¡cuánta!, y en una sola dirección. Maldito Newton. Quiero verla caer hacia arriba, desde el infierno hasta el cielo. En caída libre. Quiero llenar esta casa de agua, mi cerebro de agua. Pinchar los cuchillos con pan y cortar este hígado rosa con una cuchara. Para hacerlo todo más suave, con los cantos redondos, para no estar, no estar al borde de los párpados hinchados, lugar desde donde mis ojos son cataratas cuando la alcantarilla de mi vida pierde la tapa y los sesos.


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